Con curiosidad y respeto, llegamos a La Carbonera, comunidad ubicada prácticamente en los límites de San José de Iturbide, Dr. Mora y San Luis de la Paz. Desde la misma entrada se percibe lo mal atendida que está, a la vez que se puede contrastar con los vestigios del esplendor de antaño representado por dos cascos de casas grandes, quizás parte de la hacienda, y así entre construcciones derruidas por el tiempo y el abandono, circulamos por un camino que sin duda en tiempos pasados tuvo mejores usos.
La Carbonera es una comunidad dispersa, no hay orden claro de alineación de calles y las que existen parecen hechas para el paso de animales de tiro, el calor es sofocante, y abrir las ventanas tiene el riesgo de una bocanada de tierra seca hecha polvo, a pesar de las lluvias recientes, esta región de la Sierra Gorda, es la más árida, en el paisaje contados pirules, huizaches, nopales, cardones y uno que otro maguey rompen con la monotonía visual, aquí los correcaminos no son caricaturas sino realidad, a lo lejos se alcanzan a ver algunas vacas que pastan lo poco de verde que hay cerca de un bordo casi seco, son como las que se ven en los noticieros televisivos en los cuales se hace referencia a las hambrunas de los países africanos, tan famélicas como los niños de Biafra, a decir verdad es un paisaje que da pena verlo.
La Carbonera es un lugar en el que sin temor a equivocarme más de uno diría “esta gente ha de vivir de puro milagro”, y es ahí donde comienza la magia, movernos de la ciudad a lo inhóspito de este espacio, es con el fin único de conocer al “Santo Niño de la Salud”, ese al que Don Pedro le tiene un gran respeto y veneración, al grado de jurar que este “Santo Niño” camina y crece con el tiempo, por ello Don Pedro ya prometió mandar hacerle unos “huarachitos” porque –según dice- que los que tiene ya están agujereados de las piedras por dónde camina.
Por fin llegamos, buscamos una capilla, pero no, “El Santo Niño de la Salud” está en una casa, a la entrada de lo que más bien pareciera un corral circulado con órganos y nopales, adornado con papel picado, nos recibe Doña Rita González Muñoz, quien por cuestiones de fisonomía y apariencia me confunde con sacerdote y me besa la mano, trato de sacarla de su error y ella persiste en el mismo, porque su fe y religiosidad es tan grande que no sabe dónde depositarla, su hermana nos ve con recelo mientras sentada cerca de la pingüe sombra de un durazno cenizo, desvena chiles cascabeles y anchos que servirán para la comida que se repartirá entre los feligreses después de la misa de la tarde.
Doña Rita es toda animosidad, es fácil de palabra y de ademanes agiles, a pesar de sus sesenta y siete años –cuando me dieron al “Santo Niño” yo tenía quince años –me platica mientras entorna los ojos como para ubicar mejor los recuerdos- la señora que me lo dio –prosigue- ya tenía mucho con él, era de Monterrey y un día me dijo que me lo daría, pero solo si me casaba con un hombre que no dijera unas…de este tamaño –dimensiona sus palabras con sus manos morenas y flacas- cuando me case no me lo dio luego, luego, me lo mandó después con mi hermana, y allí esta ¿cómo lo ve? ¡Verdad que esta precioso!
A mi pregunta de que si es verdad que el “Santo Niño” crece, Dona Rita se apura a contestar que sí, que se fue dando cuenta por los ropones que le regalan que le quedan bien un tiempo y ya después no- estaba así´nita cuando me lo dieron y mírelo ahora-dice- nunca esta sólo hoy 24 de agosto es su cumpleaños, cumple cincuenta y dos de estar conmigo, fíjese llegó antes que mis hijos y él no se hace viejo, ¿cómo va a hacerse viejo, si es nuestro padre Dios? –se contesta ella misma, alzando más la voz, como para que el “Santo Niño” la escuche- tiene como doscientos padrinos -dice- son tantísimos que cuando lo arrullan solo les toca dos o tres arrulladas, la gente se forma allá –señala el fin del corral- antes este piso era de pura tierra, la gente “traiba” a sus niños y los ponían en la tierra, al fin que somos de la tierra dijo el padre una vez, ¡parecía como si los estuvieran vendiendo!
Este piso es de puros milagros, también un señor me dijo un día, ¿señora me da permiso de ponerle un tejadito al “Santo Niño” ?, y yo le dije que sí, porque era para nuestro padre Dios, además mire lo que también se apareció, yo ni la había visto, fue mi muchacha, la que me dijo, ¡venga mamá, mire en la viga! Y que la voy viendo, era la Santísima Virgen, mire allí esta –señala con su mano a una esquina del tejado de lámina, donde señala, se encuentra el monte y en él una quemada de soldadura que sin buscarle mucho aparenta una imagen de la Virgen de Guadalupe –para mis adentros pienso, casualidades de la vida, donde la gente más pobremente vive, es donde la gente está más ávida de milagros o de creer en algo, donde pareciera que no hay nada, es aquí donde los santos caminan, crecen o sencillamente se aparecen.
Doña Rita insiste en que estemos cerca del “Santo Niño” –¡pero véanlo, pásenle!- aún con los ojos de recelo de la hermana de Doña Rita sobre nosotros, mi compañero Enrique Ahuizotl Soto y yo nos acercamos, con curiosidad y respeto, nos introducimos paso a paso y en silencio, para ser testigos de la gran cantidad de fotografías, recuerdos, agradecimientos, veladoras, retablos y milagros, que atiborran todos los espacios donde se venera al “Santo Niño de la Salud”, que impasible, con su mirada fija en el infinito, sigue atrayendo a gran cantidad de fieles que Doña Rita recibe en su casa en la Comunidad de La Carbonera, que se pierde en los recovecos que está zona tan árida tiene, pero que a pesar de todo no se muere, ni desaparece por completo, con sus casas diseminadas, con sus vacas flacas, calles polvosas y su gente que seguro por mucho tiempo vivirá “de milagros” tan necesarios para los que nada tienen en esta parte de la Sierra Gorda.
Son las dos de la tarde, mi compañero y yo nos santiguamos y nos despedimos de Doña Rita y su hermana que se preparan para recibir a los visitantes que sin duda vendrán en gran número a la misa de seis, para pedir y rezarle al “Santo Niño de la Salud”