La detención del general Salvador Cienfuegos Zepeda el pasado 15 de octubre, bajo acusaciones de conspiración, lavado de dinero y narcotráfico, ha sido un duro golpe para las instituciones del país, aunque haya sido ministro de Defensa en el gobierno anterior, lo que refleja es que la corrupción permea hasta el tuétano del gobierno mexicano.
Más allá de lanzar acusaciones al aire, es claro que la imagen del país en el exterior es de que al narcotráfico tiende redes corruptoras de dinero hacia todas partes, y si bien, los capos son la cara visible de ese fenómeno económico-criminal, hay empresarios que se encargan de manejar (lavar) los recursos generados por esa actividad, que es considerada como la tercera de mayor relevancia en materia de ingresos para México, sólo superada por el petróleo y las remesas que mandan los migrantes.
La detención del general no es asunto menor, más allá de que se le debe probar su responsabilidad en los delitos que se le imputan, en caso de ser declarado culpable se estaría demostrando como el pulpo corruptor llega hasta la mismísima puerta de Palacio Nacional.
En México, el papel de un Secretario de Defensa es el ser la mano derecha del presidente en turno, como un equilibrio de los poderes que hay. El Ejército y la Marina Armada son el brazo de defensa del país en caso de alguna confrontación bélica, y que precisamente por la mal denominada “guerra contra el narcotráfico” han sido enviados a las calles a combatir criminales civiles armados, pero no enemigos de otros países.
El cuestionamiento es: Sí el segundo a bordo estaba corrompido, imagínese si el presidente no es alcanzado en este telaraña que deja ganancias de miles de millones de dólares. Y de ahí se ve el hilo corruptor hacia abajo, pasando por los estados y los municipios, lo que ha dejado una estela de sangre, desapariciones, violencia física y psicológica… y Guanajuato es la prueba de ello.
Pero es digno de revisar cómo es que Estados Unidos puede considerarse el policía de la democracia, si es un país donde ingresa principalmente la droga producida en el mundo, como un mercado demandante. La respuesta es simple, también hay una gran corrupción que permite que las drogas lleguen, se distribuyan e incluso provean las armas para que en el lado sur de su frontera continúe la carnicería que deja tanto dolor en las familias.
Colombia pasó por ese papel, también Panamá, Venezuela, Perú… etcétera, ahora son los capos mexicanos quienes dominan el juego, no sin antes ir derramando droga, muertes y muchos, muchos, dólares.
La corrupción permea las esferas sociales en todo sentido.
Recuerdo una anécdota. Un ciudadano se me acercó a platicar al saber que era reportero y me dijo “deberías sacar una nota contra tal oficial de Tránsito”, le pregunté de qué se trataba, y me contó “lo que pasa es que me quitó mis únicos 20 pesos que traía”. Lo primero que hice es pensar que se trataba de una injusticia, y como verá, por la cantidad mencionada eso ya tiene varios años. Así que hice lo más obvio, preguntarle qué era lo que había pasado, y mencionó que se había pasado un alto y la oficial luego, luego lo detuvo, le dijo que la multa era muy cara y que se podían arreglar… en fin, esa parte de seguro ya la conocen. Entonces el denunciante había pagado una “mordida” para no ser infraccionado. Primero, aceptó la falta cometida, y segundo, aceptó que había acordado perder sus únicos 20 pesos y aún así quería que “quemara” a la oficial corruptora.
A continuación le señalé que eso había estado muy mal y que podría efectivamente hacer una nota al respecto, pero le pedí su nombre para incluirlo, ya que le dije que un acto de corrupción es de dos, el que recibe y el que da, y los dos tienen la misma carga moral. Me vio seriamente y señaló que él no quería problemas y se fue.
Muchas veces cuento esa situación para reflejar cómo la corrupción está impregnada en la sociedad, lo cual lleva de nuevo al señalamiento de que si las sociedades tienen los gobiernos que se merecen, a manera de espejo.
Y así hay muchas situaciones parecidas: empresarios, contratistas o proveedores que en lo corto cuentan que tienen que dar un “diezmo” (sí, porque era del diez por ciento, ahora suele ser más) a cambio de sus servicios, pero al momento que les he dicho que se debería denunciar eso, pues me dicen que no quieren problemas, ya que quieren seguir trabajando, aunque sea de esa forma.
Menuda labor en el periodismo, donde quienes se prestan al juego quieren que uno publique comentarios sin pruebas y así no se puede.
También es ingrata la labor pública, ya que no todas las personas que trabajan en el gobierno son corruptas, pero al momento de acusarlos, entonces la sociedad corta parejo.
Si en verdad queremos cambiar lo negativo en las instituciones debemos cambiar como sociedad, si no es así pues seguiremos opinando desde el confort que nos da la simpleza y la cobardía de no querer problemas.
- Periodista en el Noreste de Guanajuato