Ensombrecida por las intenciones políticas que originan la designación del poder, hoy la democracia pareciera estar sometida a un trastocamiento muy sutil y de alto impacto, que la podría extinguir como medio eficiente de elección de gobernantes. Atrás parecen quedar las convicciones intelectuales de que la mejor forma de gobierno es la resultante de un proceso democrático.
Como si la teoría conspiracional del tejido del nuevo orden mundial estuviera realmente en marcha, hoy los procesos democráticos tienden a devaluarse y transitar a modalidades de “democracia controlada”. Quizá el periodo de vida del gobierno del pueblo, como lo refiere Platón en su obra La República, creado como mecanismo legitimador para detentar el poder en la Atenas del siglo V a. C., esté cerca de su fin.
Ciertamente que la democracia, como modelo eficiente de concesión del poder para que el pueblo sea gobernado por quien busca su bien, parece contradictoria cuando se topa con acciones gubernativas que atentan contra la tranquilidad y armonía social, cuando llevan a un pueblo al desequilibrio económico y a la pobreza. De igual forma la democracia ha sido contraproducente y suicida, cuando por la vía del voto o por movimientos sociales ha dado al pueblo gobiernos dictatoriales y opresores, pero no por ello se perdía la fe en ella como recurso remedial de los errores.
Ahora, a unos días de que Estados Unidos elija a su próximo presidente, la democracia será sometida al más riguroso juicio de legitimidad, pues se sabe que está profundamente manipulada por los controles emocionales de las redes sociales y bajo ciberamenazas muy peligrosas. El próximo 3 de noviembre el mundo se sentará al filo de la butaca, pues de la certidumbre legal de la elección y de la tranquilidad social del pueblo estadunidense dependerá la estabilidad económica y política del planeta, así como la vigencia de la democracia como medio de acceso al poder.
Pero los cuestionamientos a los procesos democráticos como factor de decisión y empoderamiento, también se vuelven paradójicos con casos como el resultado de la elección nacional de Bolivia, donde el voto popular le vuelve a dar el poder a la corriente socialista, que corrompiéndola tuvo un dictadorcillo por más de 13 años y que en noviembre de 2019 celebraba felizmente su salida.
Ya en nuestro país podemos observar cómo amplios sectores de la sociedad, que por vía democrática llevaron al poder al actual presidente de la República, hoy padecen los estragos de las estrategias y políticas públicas que perversamente dejan morir a niños con cáncer por falta de tratamientos, a ciudades y zonas colapsadas por fenómenos naturales sin los apoyos que proporcionaban los fondos de emergencia y con una economía en riesgo por falta de oficio político y dilapidación de recursos. Sin lugar a dudas resulta paradójico que un proceso democrático haya llevado al poder a quien se empeña en destruir a quienes lo pusieron ahí con su voto.
Hoy la democracia es sometida a serias pruebas de confiabilidad y eficiencia, incluso nuestros partidos políticos la comienzan a marginar como mecanismo para la designación de sus candidatos a puestos de elección popular, dejando la voluntad de su militancia partidista sometida a un modelo de designaciones directas, de “democracia controlada”. Así bajo este modelo de votar y apoyar imposiciones superiores, se hace creer que se evitarán los golpeteos y escisiones internas, que se “asegurará” la selección de los mejores y no se advierte que en realidad con la supresión de la democracia interna se cavará la tumba de la democracia electoral como legítimo gobierno del pueblo, quedando sometidos a la voluntad del gran poder universal y sus oscuros planes de control y manipulación.
Pronto veremos en el armado de las campañas rumbo al 2021, cómo los partidos políticos eliminan la democracia como mecanismo de elección interna de candidaturas y como éste será el principio de su extinción en la elección de un gobernante, ya que el pueblo terminará votando por personas que un gran elector le determinó como opciones. Finalmente, la democracia manipulada se convertirá en un falaz instrumento de control masivo, donde el gobernante se deberá a quien lo designó antes que al pueblo que “lo eligió”.
La cultura democrática debiera promocionar la madurez participativa de la ciudadanía, para forjar la conciencia ética del deber común.
- Analista político