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La promesa

¡Doña Lupita ya métase está haciendo frio!-dijo la hermana religiosa a la anciana-, ella la vio con sus ojos tristes y le contesto apenas en un murmullo -¡otro ratito, por favor, ya verá que si llegan!- La monja le tocó suavemente el hombro mientras que con la cabeza le decía que sí, bien sabía que los familiares de Doña Lupita, desde que la dejaron en el asilo hacia tres años, tenían muchos pretextos para no acudir a las citas de cada ocho días, para visitar y convivir con su familiar, y es que esto era parte de la terapia para que quienes por una cosa y otra iban a parar al asilo, se sintieran acompañados o cuando menos no abandonados a su suerte.

Doña Lupita no era la excepción, y su historia de cómo había llegado al asilo, era muy igual a la de la mayoría de los huéspedes de aquel lugar, a la hermana María, religiosa que tenía a cargo el asilo, le correspondía tener el primer contacto con los que por vez primera pisaban el lugar, sabía las historias de vida de las ancianas y ancianos que ahí se hospedaban, en especial recordaba la llegada de Doña Lupita.

Fue un jueves de febrero de hacía tres años, por medio de una llamada de teléfono supo que esa tarde recibiría a una nueva huésped, cuando tocaron la puerta, acompañaban a la anciana, dos de sus nietos, dos de sus tres hijos y una de sus nueras, todos llevaban alguna de las pertenencias de Doña Lupita, todos se mostraban alegres y contentos, menos la anciana, que en su mirada se veía el desconcierto y el miedo por encontrarse en aquel espacio desconocido, sus pequeñas manos se aferraban al brazo de su hijo mayor, no hablaba, solo posaba su mirada cansada en sus hijos y en sus nietos, nunca en su nuera, una mujer de elegante aspecto, pero de mirada dura y ademanes educados.

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Hermana María, soy Ricardo el hijo mayor de Lupita -tomó la mano de la anciana- nos han dicho que este asilo es lo mejor que existe en la ciudad y creemos que aquí mi madre vivirá más a gusto, estará bien cuidada y sobre todo mejor atendida- le agradezco la confianza que nos tiene Don Ricardo- dijo la hermana- pero no hay mejor lugar para una madre que al lado de su familia, en su hogar, rodeada de sus seres queridos.

-Ese no es el punto, cortó el comentario de manera inmediata Fernanda (la nuera)- el punto es que en casa no la podemos tener porque ya no nos hace caso, no controla sus necesidades y últimamente se le olvidan las cosas, tenemos miedo que le pase algo mientras estamos fuera por algún motivo, usted sabe, somos gente de muchos compromisos y llevarla con nosotros es muy complicado, además de incomodo por todo lo que le he comentado- la hermana María la escuchó atenta, mientras veía cómo en los ojos de la anciana se enrojecían al asomarse contenidas algunas lágrimas.

Ricardo no le soltaba la mano, que como acto reflejo Doña Lupita apretaba como para que no se le escapara, soy Rafael- dijo el otro acompañante como de unos 50 años- en sus rasgos físicos se veía la herencia genética de su madre- solo quiero estar seguro que mi madre estará bien atendida, el costo de dejarla aquí es alto, pero vale la pena, si nos asegura que no le va a faltar nada- la hermana María contestó- tenga la seguridad que nada le faltara Don Rafael, aunque por más que la atendamos bien, no podemos suplir el amor, cariño y el afecto que sus familiares están obligados a darle, pero no tengo intención en contradecirlo, aquí al ingresar cualquiera de los ancianitos son bienvenidos, Doña Lupita encontrará un trato amable, todo el cariño y respeto que como ser humano merece.

Sino tiene alguna pregunta más Don Rafael -dijo la monja, mientras se ponía de pie- no debemos prolongar más este momento que seguro es estresante para ella, es momento que le mostremos su habitación a Doña Lupita -quien con ojos asustados- veía a la hermana religiosa y a sus hijos, mientras a paso lento iba rumbo al largo pasillo que la conduciría a su habitación, bien sabía que también comenzaba a alejarse para siempre de su seres queridos, presentía en su viejo corazón que difícilmente los volvería a ver, pero no se resistió, la mano que la conducía era amable pero firme, antes de cerrarse la puerta del pasillo,  hizo un ademán de decirles adiós con su mano libre, pero al voltear solo alcanzó a verlos por la ventana alejándose, hasta que los perdió de vista y se echó a llorar.

A pesar de todo, con mucho anhelo guardó la esperanza de volverlos a ver cada fin de semana en la visita que los familiares hacían a los huéspedes del asilo, tal como ellos se lo habían prometido.

¡Doña Lupita, ya métase que está haciendo frio! – volvió a decirle la hermana religiosa-, pero ella ni se inmutó, – solo contestó-, otro ratito, ya mero vienen mis hijos- y siguió viendo a la calle, a través de la ventana.

Como cada domingo, ella fiel a su costumbre, se levantó más temprano que todos, se ha aseado, peinado y maquillado discretamente, desayuna algo rápido y con prisa nerviosa ocupa su lugar en la ventana, a la espera de sus hijos, que este domingo como muchos otros no han venido a visitarla, a cada abrir o cerrar de la puerta principal del asilo, ella aguza la vista se alisa el pelo y esboza una pequeña sonrisa que desaparece en cuanto se da cuenta que quien llega no es a quien espera.

La hermana religiosa me ha confiado que a Doña Lupita hace mucho que nadie la visita, que recién ingresó, sus tres hijos le prometieron visitarla sin falta, y así hicieron los primeros meses, cada ocho días acudían a la cita, ella se ponía muy feliz y contenta, pero después se fueron haciendo más espaciadas las visitas, ya hace más de un año que nadie viene a verla, pero Doña Lupita, cada domingo se arregla para esperarlos, ocupando el mismo lugar, desde donde vio hace tiempo, como se alejaban, dejándola en el asilo a donde ella se resistía ingresar, sin entender que había hecho, que ya no la querían en su propia casa, así se quedó en el asilo, atesorando en su corazón y en su mente aquella promesa de que cada domingo vendrían.

Y ahí sigue en su ventana, con su mejor vestido, mirando con sus ojos cansados y tristes a cuantos pasan, con la ilusión de ver llegar a quienes tanto quiso, pero que hoy como hace mucho tiempo, tuvieron cosas más importantes que hacer y no pudieron estar con ella. ¡Ya métase Doña Lupita, ya se está haciendo de noche y el frío le hace daño, la tomo del brazo y la condujo por el largo pasillo hasta su habitación!