Conscientes de que ya no somos los mismos, ahora enfrentamos nuevos retos para adaptarnos a las condiciones de vida que el Covid-19 nos ha dejado. Hoy vivimos en hogares sin bullicio, sin reuniones familiares, con escuelas desoladas, sin el ruido de los niños y con ciudades desiertas bajo las luces del miedo.
En verdad que este mundo ya cambió y que un bicho imperceptible lo detuvo y transformó, ya la vida social ha cambiado tanto que la desconfianza a sufrir algún contagio la limita y apaga. Ahora que el incremento de contagiados se ha disparado y los fallecimientos abundan, nos hemos dado cuenta que la pandemia no es un simple catarro y que contraer el virus puede ser fatal.
La vida social ha sufrido serias transformaciones y quienes dirigen la vida política debieran asumir las mejores estrategias, para garantizar lo más posible la integridad del colectivo humano. Al no lograr aplanar la curva ascendente, que ya nos tiene a nivel nacional sobre los 400 mil contagiados y 45 mil muertos, así como en lo doméstico con un estado rayando los 20 mil casos confirmados y más de mil 200 fallecidos, es cosa obligada exigir el uso de cubrebocas.
Bajo esta circunstancia y atendiendo a su responsabilidad, de preservar la salud y seguridad de la población gobernada, los alcaldes de León, Irapuato y San Miguel de Allende han emitido sendos ordenamientos que obligan el uso de cubrebocas para poder transitar por sus plazas y calles. Sin embargo, las autoridades de la capital del estado siguen viendo el terrible avance del Covid-19 con mucha tibieza y el alcalde Alejandro Navarro no quiere hacer obligatorio el uso de este valioso recurso sanitario, a pesar de ser de los municipios más golpeados por el avance del virus.
Bajo esta tesitura, sería ideal que Diego Sinhue emita una disposición que endurezca las estrategias contra la pandemia y legalice la obligatoriedad del cubrebocas en todo el estado, más allá de posturas pusilánimes de algunos alcaldes. Hoy no podemos seguir menospreciando a un enemigo tan voraz como el coronavirus, ya no se puede mantener una postura gubernamental electorera y populista, ahora hace falta carácter y respeto al derecho a la salud y la vida que la sociedad merece.
Este mundo ya cambio, ya llevamos 4 meses de confinamiento y si se obliga a que todos los que tengan que salir a la calle usen cubrebocas, de seguro en una quincena más vencemos a la enfermedad que nos acecha. Ya vimos que la voluntad social es negligente por naturaleza, que sólo un porcentaje menor acata las restricciones, que hace falta aplicar los principios del conductismo y que el condicionamiento operante sea la guía del actuar de la población.
Ciertamente que en nuestro país se ha tomado a la ligera el impacto sanitario de la pandemia, comenzando por la indolencia e irresponsabilidad en la regulación de actividades y aplicación de medidas de contención, el mismo Hugo López Gatell ha jugado mucho con las cifras y ha soslayado las alertas que cada fase requiere.
Otro ejemplo de negligencia gubernamental de alto impacto es la postura del presidente López Obrador, pues sus bufonadas y desplantes personales ante la seriedad que debiera asumir, han ocasionado la indisciplina social y fomentando la inconciencia para combatir este mal que ha puesto de rodillas al mundo. Si nuestros gobernantes fueran los primeros en acatar las medidas y recomendaciones de las instancias sanitarias, hoy otra situación prevaleciera en nuestro entorno.
Si se quiere reactivar la economía y recuperar las condiciones laborales, sociales y educativas, hoy debemos exigir que todos hagamos un gran esfuerzo, que el gobierno sea más determinante y que hagamos del cubrebocas y la higiene personal los atuendos básicos para construir el nuevo mundo, la nueva época que nos toca vivir.
La responsabilidad social para conseguir el bien común, se debe promocionar e impulsar desde el ejercicio del poder público.
*Analista político