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Pensar en aprendizaje

Con el regreso a clases, de pronto surgen muchas dudas, sobre todo, si es momento de regresar a las prácticas habituales para generar el aprendizaje o si es momento de que verdaderamente se de un proceso de innovación dentro de las aulas para incentivar el aprendizaje. Desde mi punto de vista, el cual es muy general, creo que es momento de afianzar la innovación en el proceso de aprendizaje, como ya lo he mencionado en otros textos, y claro, desde mi perspectiva, es necesario erradicar el concepto de enseñanza del proceso de aprendizaje, ya que cuando hay enseñanza, existen moldes que se repetirán, existirán estructuras ya establecidas que se tienen que imitar, pero si nos aventuramos a que el concepto aprendizaje sea el que esté por encima de todos en los procesos educativos, nos encontraremos con que entonces sí, tendremos nuevas experiencias, y es que cuando repetimos una clase, de pronto durante tantos años, nos viciamos, creyendo (y lo peor de todo, mintiéndonos a nosotros) que eso que hacemos funciona, pero habrá que preguntarnos, funciona para qué…

¿Para controlar a los alumnos? ¿La escuela es para controlar?

Para que pase el tiempo de clase ¿La escuela es guardería?

¿Para que todos estén callados?

¿Para que memoricen todo lo que está en el libro? ¿Eso será aprender?

Y para que eso cambie, pues el profesor debe ser ante todo un soñador, una persona que vea en la educación la posibilidad de hacer efectiva la libertad que siempre pregonamos, pero sobre todo, la posibilidad de cambiar nuestras vidas, sobre todo cuando la misma vida se empeña en estar en nuestra contra.

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A ese proceso formativo lo conocemos como innovación, el cual suena muy rimbombante, sin embargo, la innovación no necesariamente es hacer cosas extraordinarias o nuevas, sino más bien, utilizar lo que tenemos de manera diferentes, es como decir, mirar con otros ojos lo que siempre vemos.

Eso nos puede dar varías posibilidades de cambio al momento de desarrollar la clase, es por ello que desde la experiencia realizo esta reflexión, como siempre un tanto utópica y claro criticable, es más cuestionable, sobre todo si usted amable lector, tiene la idea que la disciplina en el aula es estar formado, callado, bien peinado, bien planchado de la camisa y pantalón, memorizando páginas y páginas de libros y es que eso en palabras de Paulo Freire es autoritarismo, y él en su carta número cuatro del libro “Cartas a quien pretende enseñar”: “al decir que del autoritarismo se pueden esperar varios tipos de reacciones entiendo que en el dominio de lo humano, por suerte, las cosas no se dan mecánicamente”.

Y cuando leí esa palabra de “mecanizar” fue cuando mis ojos intentaron ver más allá de eso, ver cosas distintas en lo que cotidianamente vemos, y la verdad, que eso, es lo que verdaderamente puede cambiar. Uno como profesor puede decir, estoy tratando de cambiar, pero hay que asumir, que el primer cambio en uno mismo, a veces quisiéramos cambiar a los demás, pero eso sólo se hace cuando nosotros mismos hemos cambiado.

Hemos asumido también el papel de aprendiz, a pesar de estar en el aula como profesor, y es que, estar en esa postura, nos permite adentrarnos  a los mundos de los  alumnos; como siempre, me gusta comentarles algunas anécdotas.

Hace algunos años, tuve la oportunidad en una clase de reproducción de las plantas, tener a un alumno que en su casa el negocio familiar era precisamente el de vender plantas, y él al ser uno de los más pequeños de la familia, le tocaba precisamente el estar al pendiente de la reproducción de ellas, y cuando llegó el turno de revisar el contenido en el libro, decidimos, que la mejor fuente de consulta, era dicho alumno, que en realidad era un experto.

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Nos contó de formas, estrategias, tiempos, experiencias buenas y malas, cosas que funcionan y las que no, si me hubiera ido por el rigor que en otros tiempos se usaba y que aun hoy en día algunos usan, les hubiera dicho que lo adecuado era memorizar lo que el libro de texto decía, pero por el contrario, escuchamos la voz de la experiencia y nos adentramos a la reproducción de algunas plantitas en aquellos años, con la supervisión de aquel alumno.

¿Quién dará la innovación al proceso educativo?

La respuesta es,  sólo el profesor puede hacerlo, ya lo hemos vivido en el país, se ha tratado de innovar detrás de los escritorios, pero desafortunadamente, como quienes lo hacen no conocen las escuelas realmente, entonces lo que proponen es pura fantasía, fuera de contexto, inalcanzable para la mayoría de las escuelas.

Carbonell, 2012, mencionó que la enseñanza es una profesión maravillosa, yo hoy en día confirmo (como se dice en el Facebook X2); y es que lo que puede alcanzar uno, no para uno sino para los alumnos mismos, es inimaginable aún y cuando se planean acciones que llevarán a un cambio en el proceso educativo, tal y como siempre lo he mencionado, hay que aprender en libertad y sobre todo, tratar de erradicar el concepto de enseñanza ya que no se trata de llenar moldes o de hacer repeticiones, o producciones en serie, sino que se trata de hacer de nuestros estudiantes una especie de árboles, que cada uno tenga sus propias ramas, todas ellas en busca de la luz, pero también todas ellas orientadas a diversas partes, algunos con más que otros, pero todos siendo libres.

Ese sería el sueño utópico de quien pretende ser docente, o de quien ostenta este maravilloso oficio de generar mentes libres , para ello se necesita de docentes emprendedores, de docentes que sean conscientes que ellos no son los protagonistas del proceso educativo, sino que son una parte muy importante de lo que podemos llamar la maquinaria que ha de mover la imaginería (ingeniería de la imaginación), que le permita al alumno (de cualquier nivel) inventar su forma de aprendizaje, pero sobre todo reinventarse así mismo, y es que como hemos escuchado muchas veces, que cuando un niño llega a la escuela, suele terminar con su imaginación a causa de diversas acciones que lo llevan a cuadrar, es un punto que debemos de exterminar, por el contrario hay que impulsar a que los alumnos sueñen, imaginen y luchen por hacer lo que ellos creen los hará feliz.

¿Quién nos ha dicho que la escuela no impulsa la felicidad? Claro que la impulsa desde el punto de partida que se centra en los intereses de los alumnos, y que el profesor debe buscar el punto exacto donde pueda impulsarlo, creer en él, y por ejemplo, algunas veces me he reunido con mis profesores de la preparatoria y muchos de ellos me han confesado que, cuando me conocieron en mi adolescencia, ellos no daban un peso por mí, ya que era un adolescente a quien le tuvieron clasificado como “desmadroso” y jamás observaron otra cualidad, ni como estudiante, ni como persona, mucho menos como artista o docente, y se sorprenden cuando les digo que cuando era estudiante de prepa, por lo menos tenía diez años escribiendo, leyendo y ya formando el pensamiento que hoy en día tengo, y que creen, se sorprenden más y reflexionan sobre el papel que ellos jugaron, sólo atendiendo a quien ellos creyeron en ese momento tenían potencial por ser quienes memorizaban, quienes cumplían cabalmente con lo que ellos pedía, como el silencio, el orden y muchas cosas más, pero dejaron sueltos a quienes ellos pensaron, éramos un tornillo más en una máquina y que con seguridad terminaríamos haciendo los trabajos pesados.

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Sus reflexiones de pronto son “Quién lo iba a pensar” y yo reflexiono: ¿se trata de pensar? o ¿de observar? Se trata de creer que quienes están pegados al cuaderno, memorizando lo que se ha dictado, porque desafortunadamente a mí me tocó eso. Pero lo más triste es que de pronto esas prácticas no se han terminado, me ha tocado ver, quien exige alumnos callados para hacer un trabajo en equipo, ¿eso cómo dará fruto?, ¿acaso no se requiere la socialización?

En fin, este tema da para muchos ejemplos, para mucho discutir, pero sobre todo para mucho analizar pero, habrá que preguntarnos de qué manera hemos de hacer del aprendizaje un hábito de todos los días tanto para alumnos como para profesores.